“Mi inmenso amor por Cañaveral”
Jorge García Reyes
Periodista de barrio
Hace unos tres años regresaba de mi caminata cumplida desde la parte baja del Conjunto Cañaveral hasta las sillas ubicadas al lado de la entrada principal del Éxito y aproveché la única que estaba vacante, pues la contigua la ocupaba un señor de buen talante. Luego de recorrerlo de cuerpo entero, con ojo avizor, le calculé unos 82 años de edad y vi reforzado mi orgullo de longevidad al ver que me sentía mejor conservado con mis 86 de ese momento. Pasados unos instantes inicié el siguiente diálogo:
“-Discúlpeme la intromisión pero me gustaría saber si usted es santandereano, pues su físico me da para pensar que es antioqueño.-No señor, yo soy cundinamarqués – Ah, pues entonces somos paisanos porque yo también soy rolo, no de nacimiento pero sí de convivencia, pues nací en Ráquira, Boyacá, pero cuando tenía año y medio mis padres se instalaron en la capital.
Continué el cuestionario -¿Qué actividad tuvo en Bogotá? -Yo trabajé la mayor parte de mi vida laboral como empleado ejecutivo de la empresa de cervecería Bavaria de la cual soy pensionado.
-Permítame que yo me presente, soy Jorge García Reyes, abogado de la Universidad del Rosario con Doctorado en Derecho Comercial, otorgado por la Universidad de París el 14 de febrero de 1957, y me hallo residenciado en la Ciudad Bonita desde hace bastantes años.
– Yo me llamo, dijo mi vecino, Ramiro Arce Landazábal.
-Landazábal, me suena a alto jerarca militar.
-Correcto, tengo un lejano parentesco con el General ya retirado.
-Yo también resido en Bucaramanga desde hace cerca de veinte años y me encuentro muy amañado, ahora más cuando tengo la suerte de obtener su amistad, si le parece bien
– Cómo no me va a parecer bien si encuentro en usted un señor de alta categoría, con quien desde el primer momento he encontrado muy buen acercamiento, mucha química, según el término de moda.
-Disculpa la pregunta aquí entre ancianos: ¿Qué edad tienes?– Yo voy para los 91 años, me contestó. En ese momento mi orgullo de longevidad voló a la estratósfera. (Dizque 82; cómo había estado de errado mi cálculo. Me lleva cinco años y tan fresco).
Ramiro es autodidacta, por eso afirma que le puedo preguntar sobre cualquier dato de la cultura general y verificará si tengo acierto. Varias veces lo he comprobado. Tengo especial aprecio y admiración por este nonagenario de mucho valor personal y humano.
En mis recorridos
Alguna tarde, después de los bastantes metros recorridos desde nuestro conjunto residencial Belhorizonte III, hasta el Restaurante Tony de Cañaveral, hice mi pimera escala tomando asiento en las sillas metálicas de entrada a Jumbo y me dio curiosidad ver que donde hubo la sucursal de una inmobiliaria ahora se encontraba una lujosa ventana con el nombre de La Nuez. La simple curiosidad me impulsó a verificar las mercancías a la venta.
Entré y al menor recorrido me di cuenta de un almacén muy bien organizado con nutrido surtido de productos afines al de su propio nombre, entre los cuales divisé los pistachos, comestible muy de mi gusto y solicité me vendieran $8.000 de ellos con la condición de que pagaría con un billete de $10.000 para que me dieran como regreso dos monedas de $1.000 o cuatro de a $500., valores deseados por mí con destino a mi pequeña caja de ahorros.
Así comenzó mi frecuente compra de pistachos y mi almacenamiento de las monedas hasta cuando alcanzada alguna familiaridad con los vendedores entraba preguntando: “¿Aquí es donde venden monedas de a $1.000?. Esa tónica se convirtió en una apreciable amistad con el propietario y los empleados.
Otro día, un fulgurante grupo de promotores de afiliación como clientes al Banco Popular se hallaba frente a la entrada del Éxito; todos semidispersos, cada uno buscando éxito en su actividad. Se me dirigió un joven con la amabilidad propia de los caribeños; pasó a saludarme e invitarme a que lo oyera por unos pequeños instantes. Ante su decencia accedí y para no alargar el cuento me conquistó como afiliado. Antes de dirigirnos a la oficina donde culminó la operación bancaria, se nos arrimaron otros compañeros diciendo además: “Usted se ve muy respetable pero además simpático y se halla uniformado con nosotros, todos con camisas de color verde”. Eso prendió la amistad y alguno sugirió tomar una foto al grupo. Me felicité ante ellos por estar adornando mi ancianidad con jóvenes de tan buen humor. Múltiples amistades más valdría la pena señalar, pero con las hasta aquí referidas basta para testimoniar mi inmenso amor por esos valiosos lugares y espacios comerciales de Cañaveral.