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| Oct 13, 2017 | Nuestra Gente, Portada

“La generosidad nos devolvió la salud y la esperanza de retomar la vida”

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Margarita Téllez y Fernando Ordóñez, además de ser esposos son pacientes trasplantados, quienes gracias a la donación de órganos lograron mejorar su calidad de vida y construir una familia juntos.

Hoy, con 20 años de matrimonio, aseguran que la donación se ha convertido para ellos en una esperanza de vida, por eso nos cuentan sus historias con el fin de promover y sensibilizar a las personas, teniendo en cuenta que esta semana se conmemora el Día Mundial de Donación de Órganos y Tejidos.

“Es una experiencia vivida y compartida que solo la consideramos como un acto de bondad, en la que Dios puso en el corazón de dos personas la intención de manera voluntaria y generosa de donarnos un órgano vital. Nosotros somos trasplantados renales”, expresa Margarita Téllez.

Su matrimonio no fue convencional, pues afirma que con su esposo compartían también exámenes de control y el mismo nefrólogo. Además trabajaban juntos por mejorar sus hábitos y ser más saludables, debido a la condición que presentaban.

Ella es una economista de 47 años y su esposo un ingeniero civil de 54 años, quienes se han dedicado a vivir el día a día, disfrutando cada uno de los detalles que se les presentan y compartiendo con su hijo de 17 años, Diego Fernando Ordóñez.

El caso

de Margarita

“Mi mamá tuvo IRC y al ser una enfermedad familiar, lamentablemente la desarrollé. Era una sospecha y cuando me hice algunas pruebas para donarle a mi mamá no salí apta. En ese trayecto de lucha que ella libró con esta enfermedad por muy largo tiempo había de todo, hasta paseos de pacientes en diálisis y trasplantados. Yo la acompañaba a todas las actividades y un 17 de septiembre, hace 23 años, conocí a Fernando; ese día solamente le dije a mi mamá que con él me iba casar y ella obviamente dijo textualmente, “ está como loquita”. Y “esta loquita” se casa con él hace 20 años”, nos cuenta Margarita.

17 años atrás nace su hijo. Pero para el 2011 el deterioro renal se había acelerado y para diciembre de 2012 ya era un hecho, debía entrar a diálisis. “En esa época las personas se fueron enterando, pero no tenía la posibilidad de donante intrafamiliar; tuve tres ofrecimientos generosos que me querían donar pero no tenía nexos familiares de ningún tipo con ellos, en ningún caso fue posible por varias razones. Mi intención era buscar el trasplante antes de entrar a diálisis, pero en el trayecto de cumplir el protocolo de exámenes de trasplante me tuvieron que operar y no había otro camino que entrar al programa de diálisis peritoneal”.

Margarita recuerda que el tratamiento no fue fácil, “dolió, fue incomodó pero me permitió vivir, viajar y disfrutar la vida tal y como se estaba dando, intentado cuidarme y con el apoyo de mis dos hombres (esposo e hijo), y la oración de mi familia, el acompañamiento de todo el personal de la entidad que me prestaba el tratamiento, además de mi nefrólogo el Dr. Ordóñez, que me decía siempre ¡sea valiente!”.

Margarita narra que pasó más de un año en lista de espera. “Todos los meses dejaba una muestra de sangre. Creo que en año y medio me llamaron seis veces con alerta de donante”.

Vuelve la

esperanza

Fue en noviembre de 2014, mientras se encontraba en Cali acompañando a su hijo a participar en unas Olimpiadas de Matemáticas, cuando Margarita recibió la tan esperada noticia: un donante altamente compatible.

“Llegamos en la noche con celulares totalmente descargados, me senté a comer y pude conectar el celular, tenía muchos mensajes y llamadas, eran de la Clínica, la jefe me dice ‘véngase’, así que a las 4:00 a.m. nuevamente rumbo a Bucaramanga. Llegué a Urgencias y estaba mi esposo solo, esperándome con un maletín, con cara de susto y felicidad, yo hasta ahí solo pensaba en qué momento me van a decir que no soy compatible y este hombre está pleno y convencido”.

“Es emocionante cuando todo va bien y el órgano está respondiendo y comienza por si solo a eliminar los desechos líquidos, función que había dejado de hacer por más de un año”, relata Margarita.

Hoy sonríe con más fuerza a la vida, pues en un mes cumplirá 3 años de haber recibido su trasplante.

“Con humildad y paciencia esperábamos ser bendecidos con esta decisión que tomaron al donar en un momento de dolor, y que gracias a él pudimos retomar y mejorar la vida que teníamos. Mi familia recibió una vida llena de esperanza y creemos en los milagros. Y curiosamente me dejó el gusto por el helado de ron con pasas, algo que descubrí después del trasplante, una coincidencia”, cuenta de manera anecdótica Margarita.

El caso

de Fernando

Fernando se enfermó en 1991, cuando tenía 27 años. “Entré a hemodiálisis sin saber exactamente de qué se trataba, sin conocer la enfermedad y creyendo que saldría rápidamente de esto; seguí trabajando con las consecuentes incapacidades y el apoyo de la empresa con la que trabajaba en ese momento. Inicié el protocolo de exámenes y fui trasplantado el 26 de junio de 1991; fue una familia que al perder su hijo y generosamente, a pesar de su dolor, donó los órganos”, comentó.

Sin embargo, lo que se había convertido en una esperanza de vida se desvanecía, porque a los 6 meses lo perdió al contraer una infección. “Fue muy difícil volver a diálisis, el duelo de la pérdida, la edad, fue una época muy dolorosa y complicada, mi experiencia frente a la enfermedad fue de no aceptación, de rabia, pero finalmente no tenía más opción y debía esperar la evolución del tratamiento que inicié por la infección que me causó”.

Seis meses después, cuenta Fernando, “indagaron si tenían un donante intrafamiliar y fue ahí cuando la hermana mayor se ofreció para salvar mi vida. Iniciamos el protocolo de exámenes junto a ella y salimos aptos, y el 6 de mayo de 1993, por segunda vez, me trasplantan”.

Esta nueva oportunidad de vida para Fernando se dio hace 24 años.

Ahora, Margarita y Fernando desarrollan sus rutinas normales, cuidando su salud y promoviendo e invitando a la donación de órganos para seguir salvando vidas.

En cifras

53

donantes durante enero y julio de 2017, es la cifra reportada en Santander.